-Joder que frío.
Son las siete de la
mañana y el aire se cuela por las muchas rendijas de este lugar, que
podríamos llamar “mi casa”. Siendo sinceros, podríamos reducir
la definición a cuatro chapas mal puestas que nos protegen algo de…
de nada, no nos protege de nada. Estoy rodeado de pequeños roedores
que hace tiempo dejaron de asustarme. Con una temperatura de dos
grados bajo cero, no hay mantas suficientes que me hagan entrar en
calor. Así que, lo mejor será que me levante de mi colchón tirado
en el suelo y encienda la estufa de leña.
-Mamá! Mamá!!!! Jaja ¿a
quién quiero engañar?
Me llamo Juan y vivo con
mi madre. Bueno, realmente ella no está aquí casi nunca. Tengo
quince años, pero la gente dice que es como si tuviera cuarenta.
Puede que sea cierto. A veces pienso que la vida se me está haciendo
demasiado larga. ¿por qué digo esto?, porque hace mucho tiempo que
no sé lo que es sonreír. En el mundo que vivo, la cara amenazadora
puede salvarte de muchas malas situaciones y al final, acabas por
tenerla casi sin darte cuenta.
Mi padre está preso. Se
de él, que era un señor drogadicto y alcohólico, que llegaba a
casa y maltrataba a mi madre, incluso embarazada de mí. Una de las
muchas noches que salía con sus colegas, acabó en calabozo y
posteriormente en la cárcel, con una larga condena. En ese tiempo yo
tenía tres años y desde entonces, no he sabido nada más de él. Mi
madre, como ya he dicho antes, está y ha estado poco en casa. Al
igual que mi padre, también es adicta a algunas sustancias y sé que
ha renunciado en muchas ocasiones a su dignidad para conseguirlas.
¿Quieres saber lo que siento por mi madre? No lo sé, no soy capaz
de describir el sentimiento que tengo hacia ella. Lo que sí sé
seguro, es que nunca he oído esas dos mágicas palabras de su boca.
Ahora ya no lo necesito. Parece que a todo se acostumbra uno, pero
debe ser bonito eso de sentirse querido e importarle a alguien,
¿verdad?.
En cuanto a mí, me
describiría como un buscavidas. Una vez me leyeron partes del
Lazarillo de Tormes y me di cuenta de que teníamos muchas cosas en
común. Digo que me leyeron, porque yo casi no se leer y menos
escribir. En alguna ocasión he ido al colegio, porque han venido los
de Servicios Sociales amenazando a mi madre con retirarle mi
custodia, cosa que creo le importa poco. En realidad donde he
aprendido a leer lo poco que se es en una asociación que trabaja
aquí en el barrio, que ayudaba con ropa y alimentos a mi madre con
la condición de que acudiera a las clases de apoyo que ofrecían.
Eso era con nueve o diez años. Nunca he necesitado leer para
sobrevivir.
Cuando tenía ocho años,
ya salía del barrio con otros chicos que se encontraban en una
situación familiar parecida a la mía. Era muy común encontrar a
uno o varios miembros de una misma familia en la cárcel. En general,
se trataba de gente humilde, gente que vivía al día. Luego están
los comerciales de sustancias creadoras de felicidad transitoria,
como los llamaba un voluntario de la asociación para no decir
camello. Esos sí que viven bien. Ropa cara, coches increíbles,
relojes, colgantes y otras muchas cosas que no están al alcance de
un humilde trabajador, que es a lo máximo que un niño del barrio
puede aspirar. Esto da que pensar, ¿no? ¿Trabajar toda tu vida
recogiendo chatarra, trabajando en una obra o haciendo “chapucillas”
para poder dar de comer a tu familia ese día? o ¿vivir con todo
lujo con el mínimo esfuerzo?. Era uno de los temas que siempre
salían en las conversaciones con mis amigos. Todos querían ser el
más malo, el que tuviera la mejor pistola y al que todos tuvieran
miedo. Suponía en ese momento que eran tonterías de niños, pero
viendo la trayectoria de alguno de ellos, no me extrañaría nada que
consiguiesen su propósito.
Nos gustaba ir al centro
y dar vueltas por los centros comerciales. Veíamos las tiendas y
elegíamos desde la distancia nuestras zapatillas preferidas,
zapatillas que no podíamos comprar. También mirábamos desde la
puerta de los recreativos como se divertían los niños de nuestra
edad y más mayores, ante las atentas miradas de protección de sus
padres. Nosotros no teníamos “ni un duro” para jugar y mucho
menos teníamos a nuestros padres. Todo eso un día cambió. Nos
hartamos de ser distintos, de no disfrutar de nuestra infancia.
Creíamos injusto que otros, por el simple hecho de haber caído en
una buena familia, tuvieran más derecho a ser felices que nosotros.
De esta manera y después de haberlo hablado mil y una veces,
decidimos pasar a la acción. Teléfonos móviles, relojes,
zapatillas, de todo… nos valía cualquier cosa. Cuando atardecía
nos dirigíamos a barrios ricos y esperábamos a la salida de los
colegios a los niños “pijos”. Con una actitud un tanto agresiva
era suficiente, nos daban hasta los calzoncillos si se lo decíamos.
Tengo que decir en nuestro favor que casi siempre eran mayores que
nosotros. Éramos un gran grupo, nos cubríamos los unos a los otros.
Éramos la familia que no teníamos y además, sentíamos que
valíamos para algo, podíamos conseguir muchas cosas. Todo esto era
como un juego, podría asegurar que nos divertíamos robando. En
este momento tuvo lugar mi primer encuentro con la policía. Nos
llevaban a comisaria, pero no pasaba nada porque éramos unos críos.
Eso sí, nadie nos libró de algún pescozón. Todo esto se convertía
en anécdotas que servían para hacerme el chulito delante de las
niñas, todo por sentirme valorado en algo.
La soledad es muy dura.
Cuando estaba en la calle era feliz, pero cuando llegaba a casa y no
había nadie y en muchas ocasiones nada que llevarse a la boca. Por
aquella época tuve mi primer contacto con los porros y encontré en
ellos mi mejor aliado. El efecto que me producen es relajante,
tranquilizador, me sirven para no pensar en nada. Desde los doce
años, además de cometer pequeños delitos, también vendo hachís a
otros chavales. Era obvio, necesitaba algo de dinero para comer y
pagar mi propio consumo de porros. Muchos amigos se dedican a lo
mismo y otros a robar algunas cosillas y venderlas después para
echar una mano en casa. Por lo menos de mí no depende nadie, lo que
saco es para mí. Tampoco estoy enganchado a drogas caras como la
cocaína, al contrario que muchos chavales del barrio. No se cuanto
tiempo estaré así, pero ¿que otra cosa puedo esperar?. Durante
todos estos años he conocido a ladrones de coches, a atracadores, a
traficantes y de todos he aprendido algo y es, que cuando la vida no
te da las herramientas para construirte un buen camino, te las tienes
que buscar tu e inventarte un atajo. No tengo horarios, no se lo que
son las normas y lo que es seguro, no tengo quien me las enseñe. Lo
que he aprendido lo he hecho por mi mismo. Ahora, con quince años,
no tengo formación académica y tampoco profesional. ¿qué será de
mí? ¿qué futuro me espera? Puedo elegir entre mendigar pidiendo y
durmiendo en la calle o en alguna asociación, robar o traficar.
Seguro que estás pensando ¿por qué no trabajar? Muy fácil, ¿tu
me contratarías? Teniendo en cuenta que no se casi leer y escribo a
duras penas y con muchas faltas de ortografía, no tengo ropa para ir
a una entrevista, no tengo experiencia en ningún trabajo, no estoy
acostumbrado a horarios estrictos, no estoy acostumbrado a relaciones
con personas muy distintas a mi, he estado detenido en algunas
ocasiones y vivo en un barrio muy humilde desde donde no me puedo
desplazar porque no pasa el transporte público. Esas son solo
algunas de las barreras que puedo mencionar para normalizar mi vida.
Ahora te pido que te
pongas en mi lugar. ¿De verdad crees que serías mejor que yo si
tuvieras mi situación? ¿no crees que yo en la tuya no sería ni la
sombra de lo que soy? ¿Piensas que yo nací queriendo llevar una
vida así? ¿Crees que alguien nace queriendo vivir así? ¿Crees que
soy el responsable de esta situación?
Aunque te cueste creerlo,
con algunas diferencias, como es lógico, existen muchas personas en
mi situación. Cuando leas una noticia sobre unos chiquillos que
hacen esto o lo otro, planteate antes de juzgar, ¿que les ha podido
llevar a hacer eso? ¿meterlos presos lo arreglará? ¿no sería
mejor preocuparse por la prevención y la educación? ¿Es justo
criminalizarlos?. Si tu hubieras tenido las mismas barreras que yo,
estarías igual o peor. Si yo hubiera tenido las mismas oportunidades
que tú, podría haberlas aprovechado de la misma manera. A mi la
sociedad me ha dado una patada y ha mirado para otro lado. Que nunca
se te olvide, eres el producto de lo que has ido cargando en la
mochila de la vida y la mochila que a ti te tocó, seguramente sea
más grande y más bonita. A mi me la dieron rota.
En estas situaciones tendrían que aparecer los coaches. Sí, eso que se lleva tanto hoy en día, esa gente que dice que el responsable de lo que te pasa eres tú. Por supuesto que no somos responsables de muchas de las cosas que nos suceden. Esta es una historia similar a la del Vaquilla. hay personas en tal grado de exclusión social que ya es prácticamente imposible la inclusión. Además, aunque no estés en proceso de exclusión, esta sociedad ya se encarga de excluirte. Véase gente en paro con cierta edad que ha perdido su trabajo. Y como este ejemplo muchos más.
ResponderEliminarMuy buena entrada, espero que los que se encargan de excluirnos se sientan aludidos.
Gracias por tu comentario Carolina! ha pasado mucho tiempo, pero soy nuevo en esto de los blogs y no había reparado en él. Muy de acuerdo con lo que dices.
Eliminar