Que felicidad ! Un nieto,
nuestro primer nieto. Había soñado con esto muchas veces, pero no
podía ni acercarme a lo que sentí en ese momento. Realmente no
reaccioné, no era consciente de lo que mi hija y mi yerno me estaban
contando. Mi marido tenía una sonrisa imposible de borrar. Poco a
poco fuimos asimilándolo y a medida que se acercaba el momento del
parto aumentaba la emoción y el nerviosismo, como era lógico. Por
fin tenía la sensación de felicidad completa. Había tenido una
vida muy complicada. Tuve que criarme sin el cariño de una madre,
que falleció cuando era muy pequeña. Es imposible que la gente que
si ha tenido madre se haga la idea de cuanta falta te hace en
muchos momentos de la vida. Después tuve que superar la muerte de
dos hermanos y una hermana mayores que yo, pero muy jóvenes. A veces
no entiendo por qué aún tengo ganas de sonreír. Me considero una
persona muy alegre y optimista y quizá, tenga que ver que haya
superado todos los obstáculos que la vida me ha puesto. Por cada una
de las desgracias acaecidas en mi historia, la vida se ha encargado
de ponerme un motivo por el que continuar. El principal de esos
motivos fue mi marido, mi media naranja, mi muleta, mi apoyo, mi
todo...
Me jubilé hace dos años
y mi marido lo hizo cuatro meses antes de nacer el bebé. No era
capaz de creer que todo estuviese yendo tan bien. Los dos, jubilados,
hicimos varios viajes por distintos sitios de la península. En cada
uno de ellos comprábamos un regalito para nuestro futuro nieto. No
parábamos de hablar de él, de lo que haríamos y dejaríamos de
hacer por él. Teníamos muchos planes y ocupaba una grandísima
parte de nuestras ilusiones. ¿De verdad me estaba pasando todo esto
a mí? ¿De verdad me va a devolver la vida todo lo que me ha
quitado?.
Pocas veces había llorado tanto como
lo hice al ver sus ecografías.
Cómo pasa el tiempo. Llegó el gran
día. La sensación de que los nervios iban a conseguir que me
desmayase era constante. Mi hija ingresó en el hospital y nos
confirmaron que estaba de parto. Fueron unas horas muy largas,
demasiado tiempo esperando la buena nueva. De repente llegó mi yerno
con una cara reflejo de felicidad y nos dijo que todo había salido
genial. Estallamos de júbilo y nos unimos en un profundo todos los
presentes. Mis consuegros lloraban, mi marido lloraba y como no, yo
lloraba también. Me abracé a mi marido y le di la mas grande de las
enhorabuenas. Él me dijo que a este niño no le iba a faltar de
nada. Cuando le vi por primera vez, me corrió un escalofrío desde
los pies a la cabeza. Que bonito es! Tenerlo en mis brazos fue
increíble. Ser abuela es distinto a ser madre, no se si por la
madurez pero lo disfrutas mucho más o esa es mi sensación.
A partir de ese momento empezaba lo
bueno. Planes, planes y más planes. Nos vamos a llevar al niño de
vacaciones al pueblo, decíamos. Le llevaremos a bañarse al río, a
correr con la bici, a la huerta... Esa era la otra pasión de mi
marido, su huerta. Allí pasaba horas y horas entrenido desde que se
jubiló. Trabajaba mucho en ella esperando a que diera los mejores
resultados posibles, con la única esperanza de despertar la
admiración de las personas a las que les regalaba sus productos.
Como a un cocinero, ¿qué satisfacción mayor que que te digan que
es el bocado mas delicioso que has probado? Esa era su única
ilusión, que la gente le dijera que cebollas mas hermosas, que
tomates más sabrosos... él era feliz con tanto trabajo en medio de
la tranquilidad de un pueblo. No hacía mas que repetir que cuando el
niño tuviera un año, le compraría un carretillo y una hazadilla y
se lo llevaría a ayudarle en la huerta. Él siempre ha tenido una
apariencia y carácter duros, pero nada más lejos de la realidad. Es
una persona muy sensible que se ha visto obligada a proyectar esa
imagen para protegerse. La gente siempre nos dice que les asombra
como nos amamos después de cuarenta años casados. A mi me parece
poco tiempo.
Cuando el niño tenía tres meses nos
fuimos de vacaciones juntos, el niño, mi hija, mi yerno, mi marido .
Nunca nos habíamos sentido tan cerca de la palabra felicidad. Todo
era misteriosamente bonito. Disfrutamos de las vacaciones más
maravillosas de nuestras vidas. Tenía al lado a las personas más
importantes para mí, en un entorno precioso ¿qué más se le puede
pedir a la vida? Yo, nada.
Un día todo empezó a cambiar. Ya de
vuelta de vacaciones, con la tranquilidad del hogar mi marido se
quejaba de un dolor en el costado. Al día siguiente mi yerno le
acompañó al médico del pueblo de al lado. De allí le derivaron a
urgencias del hospital de la ciudad. Comenzaba la mayor pesadilla de
mi historia y es difícil decir esto, porque desafortunadamente tengo
para elegir. En la sala de espera del hospital olía a tensión
acumulada. Nos llamaron a los familiares para que entráramos a
hablar con la doctora. Su cara no reflejaba nada bueno. Nos mirábamos
entre nosotros como si supieramos lo que iba a pasar segundos
después. La doctora nos dio la terrible noticia, el amor de mi vida
tenía un tumor en el colon. Me derrumbé. Me temblaban las piernas,
solo quería llorar y gritar. Se me pasaba por la memoria cada
momento a su lado y todos los que me había imaginado que nos
quedaban por vivir. Era injusto, lo se. El estaba ahí sin saber nada
y yo ya lo estaba dando por desaparecido. Que dolor tan grande. La
vida volvía a golpearme con la mayor de las durezas. Le dijeron lo
que tenía y le intervinieron de urgencia. Eran unos momentos
terribles. La única terapia paliativa para mí era mi nietecito, tan
inocente, tan inconsciente y con esa sonrisa que te hace olvidar todo
lo demás. También era la mayor tortura para mi cabeza, porque no
hacía mas que darle vueltas a las ilusiones que tenía su abuelo,
todo lo que quería hacerle para que fuese feliz. Como cambia todo
¿verdad?. ¿Como se puede pasar del sabor dulce de la miel, a la
agria hiel? ¿Que he hecho yo para merecer esto?. No hacía mas que
hacer preguntas, para las que no tenía respuesta. Nos pintaron muy
mal la situación, aunque ningún médico nos hablaba de la gravedad
real de la enfermedad. Mi marido luchaba con todas sus fuerzas, no
paraba de hablar de lo que iba a hacer cuando saliera del hospital.
No había mejoría y le exigimos información de una vez. ¿por qué
nadie nos decía que pasaba?. Al final nos reunimos con los oncologos
y nos dijeron que la enfermedad había empeorado considerablemente y
que no nos daban muchas esperanzas de vida. Mis peores pronósticos
se cumplían. Mi vida se escapaba entre sus dedos. Nos mirábamos y
aunque yo trataba de disimular sonriendo y dándole ánimos, nuestros
ojos reflejaban lo que ninguno quería ver y mucho menos decir. No
puedo hacer nada por la persona por la que daría mi vida. Es la
mayor sensación de impotencia que jamas he podido sufrir.
El destino parece a veces un jugador
macabro que se divierte provocando coincidencias en nuestras vidas.
Cumplí años estándo mi marido ingresado en el hospital. Cual fue
mi sorpresa cuando llegué allí y me estaba esperando con una cajita
en sus manos. Me dijo “felicidades”, tratando de esbozar una
sonrisa que solapara por un instante todo lo triste de aquella
situación. Me decidí a abrir el regalo y vi en su interior un
colgante precioso, lo tomé con mis manos y rompí a llorar. Rompimos
a llorar los dos. Nos dejamos llevar sin tratar de ocultar nada por
ninguna de las partes y nos fundimos en un abrazo que nos hizo perder
la noción del tiempo. De su boca solo salieron cuatro palabras,
cuatro que pesaron en mi interior como una terrible losa “¿Qué
hemos hecho, hija?. La búsqueda de motivos es lo más duro. ¿por
qué nosotros? ¿qué hemos hecho mal? ¿a quién hemos hecho daño?
Y casi todo esto por la tradicional responsabilidad divina en todo lo
que nos acontece en nuestras vidas, tanto bueno como malo. ¿he de
creer que dios nos manda este castigo?. Nos seguíamos mirando con
nuestras manos acariciando la cara del otro. No hacía falta decir
nada, porque nuestros ojos reflejaban el terror que sentíamos ante
tan incierto futuro. Esa maldita habitación con sus peculiares
olores y esa tan característica penumbra, solo se iluminaba por la
foto de nuestro nieto en el poyete de la ventana. Que orgullo sentía
cundo le preguntaban por quién era el pequeño de la foto.
Pasaron los días y la situación no
mejoraba. De hecho, lejos de mejorar empeoró bastante.
Un día llegó la oncóloga y me dijo
que tenía que hablar conmigo. Me metió en su despacho y me dio la
estocada. Todas mis sospechas, todo lo que había rezado para que no
sucediera, todo lo que me daba terror que sucediera, todo eso y mucho
más estaba pasando. Me dijo con una voz muy templada y con todo el
cariño que me pudiera dar en esos instantes que mi marido estaba muy
malito y que era complicado que saliera de esta, que le gustaría
darme otras noticias pero desgraciadamente no las tenía. No le
podían dar tratamiento para los tumores del hígado, porque estaba
muy débil y podía empeorar aún más su estado. Me quedé en shock,
no reaccioné hasta pasados varios segundos y comencé a llorar
preguntando por qué. La doctor me dio un abrazo y me dijo que lo
sentía mucho. Se que lo decía para darme consuelo, para ayudarme,
pero ¿qué podía sentir? Nadie puede imaginar al dolor que se
siente.
Al día siguiente mis hijos y mi yerno
se reunieron con la doctora y les dio la noticia personalmente. Con
ellos fue más sincera, les dijo sin tapujos que creía que esta
situación no iba a durar mucho, que le mandaban a casa para ver si
comía allí, se recuperaba un poco y le podían dar tratamiento pero
lo veía muy difícil. Le ponía una cita simbólica para ver como
iban las cosas. ¿Una cita simbólica? Que forma tan poética de
decir que salvo sorpresa sobrehumana no va a llegar a esa cita.
Llegó a casa y le dimos un gran
recibimiento. Por fin pudo ver a su nieto, le hizo un par de
carantoñas pero necesitaba sentarse, se cansaba muchísimo y no
tenía fuerzas ni para coger a esa pequeña e inconsciente personita
que le miraba atentamente y a para la que su abuelo tenia muchos
planes. Eran muchas las ganas de estar en casa, en su sillón o en su
cama, y viceversa. No hacía otra cosa, siempre tumbado o sentado.
No comía a penas y no dormía por la noche. Yo llevaba casi un mes
durmiendo muy poco y en este momento menos. Quería estar a su lado
siempre, en todo momento y para lo que necesitara. La gente me decía
“duerme un poco, que te vas a poner mala” y yo siempre respondía
lo mismo entre lágrimas “dejadme, que ya tendré tiempo de dormir
cuando ya no le tenga”. Coincidía muchas noches con mi hija y con
mi yerno, que se levantaban para dar de comer al bebé. Una de esas
noches estábamos los cuatro en el salón a las 3 A.M, mi yerno, el
bebé y nosotros dos. El niño como el abuelo no se dormía con
facilidad y a veces había que mecerlo en una hamaca para
conseguirlo. Era un cuadro peculiar. Uno no dormía por el descontrol
producido por ser nuevo en esta vida y el otro no dormía por que esa
misma vida se lo estaba llevando. Quizá provocado por el cansancio,
el sonido que hacia la mecedora del niño me llevaba a pensar en un
metrónomo que marcaba el tiempo, el ritmo, los latidos de un corazón
que se iba apagando poco a poco.
Hay cosas en la vida que se saben, no
se tiene explicación del por qué, pero se saben. Llegó el fatídico
día. Nadie lo decía pero todos teníamos la sensación de que ese
día sería el último en la vida de mi marido. Mi hija no quiso
salir del dormitorio en el que estaba su padre, inconsciente, tumbado
en la cama. Ni tan siquiera quiso cenar nada. Que angustia. Tener la
certeza de que tu padre va a fallecer y tienes que aprovechar cada
uno de los segundos que le resten. Fue ella la que nos avisó de que
la respiración de mi marido se iba haciendo más lenta y débil.
Estábamos en el dormitorio mi hija, mi
yerno, mi hijo y yo. Todos en silencio, únicamente roto por algún
suspiro y el sordo sonido del golpeo de las lagrimas sin llanto
contra el suelo. Que injusticia. Comencé a gritar, porque vi que le
fallaba la respiración. No te vayas mi amor, por favor no te vayas.
¿qué voy a hacer sin ti? Llévame contigo por favor, no me dejes
aquí sola. Sola, sola, me quedo muy sola sin ti. Murió. Un dolor
punzante invadió todo mi ser y mis alaridos debieron ser escuchados
en todo el vecindario. Llevame contigo mi amor. Cuarenta años juntos
¿y qué hago yo ahora? ¿Por qué, dios mío? ¿Qué hemos hecho?
¿Por que no me llevas con él? Me quedo sola. Cuando levanté la
cabeza y vi aquel panorama desolador, sentí que me desmayaba. Todos
lloraban como niños, pero era un llanto que reflejaba impotencia y
un tremendo dolor, además de una indefensión increíble. No podemos
hacer nada por él.
Ha pasado un tiempo y estoy luchando
mucho. Se que lo que él querría es que estuviera bien. No se de
donde saco las fuerzas, pero hay que sacarlas. He descubierto que
pese a haber perdido a una parte fundamental de mi vida, aún me
quedan motivos para pelear y seguir viviendo.
¿Qué haríais vosotros y vosotras en
mi lugar? No lo sé. Lo que si se es lo que yo haría en el vuestro y
es amar y demostrar lo que amo a la gente a la que quiero. En
ocasiones vivimos como si a nosotros y nosotras no nos fuera a pasar
algo así. Discutimos y peleamos con nuestros seres más queridos por
motivos estúpidos y lo que es aún peor, nos cuesta pedir perdón
por no renunciar a nuestro orgullo. No perdais la ocasión de
abrazar, besar y decir lo que los/las quereis a vuestros/as amigas/os
y familiares. El día que no están, te preguntas si se lo has dicho
las veces suficientes. Vive como si fuese el último día y renuncia
a la personas y situaciones que te hagan daño.
Lo que podemos asegurar dejando a un
lado creencias y esperanzas religiosas, es que conocemos o vivimos
una sola vida. Si la perdemos, no ocurrirá lo que sucede en los
videojuegos, que podemos volver a empezar. Que nadie te diga lo que
no puedes hacer. Solo tu conoces tus limites y en ocasiones hasta te
sorprendes. Que se note que tu pasas por la vida, no que la vida pasa
por ti.
LUCHA EN TU BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD, NO DESISTAS.
Me quede perpleja, es triste, pero es muy admirable tener ese valor de trasmitirlo, usaste las palabras correctas esas que llegan.
ResponderEliminarSi yo fuera tu, no se como hubiese reaccionado, me conmoviste demasiado, nunca he estado en una situación así hacia algún ser querido, sin embargo retomo esas ganas de seguir en el camino de la vida.
Saludos desde México!
Muchas gracias por tu comentario, Cesia. Los relatos que escribo y escribiré son reales, pero no los he vivido en primera persona. Son historias de gente que he ido conociendo. Yo soy un hombre de 26 años y por eso me alegra que te dirijas a mi como si fuera el protagonista de la historia, quiere decir que he conseguido ponerme en el lugar de la persona que pretendía representar. saludos y gracias por leerlo !!
ResponderEliminarOh my God!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarme causaste asombro de verdad, juraría que fuiste tu quien lo ha pasado, que padre talento enserio, poder trasmitir esa emotividad, atravez de la empatía, a compre a lo que te refieres con tu encabezado.
Wow de verdad, ya quiero leer el siguiente!
:) Gracias, de verdad!
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